«NO TE METAS CON MI VIDA»

De vez en cuando me meto a «clavos» por meterme en la vida de los demás.

Ej. Un alumno que hace su tarea «copy y paste» de internet y lo regaño (aconsejo) por ello. Un hombre que maltrata a su compañera (algunos se merecen apalearlo). Un policía azotando sin razón a un pobre borracho o a huelguistas. (da coraje el abuso policial).

¿Tenemos derecho o no a meternos en «la vida de los demás»?

Pues sí. Siempre y cuando seamos responsables de manera directa o indirecta de lo que le pase o le pueda pasar a ese tercero si no intervenimos.

Ej. El hijo(a) que no estudia por pasar todo el día «feisbuxceando»

En este caso, aparece de manera clara la necesidad de intervenir; también aparece claro el no intervenir en la vida íntima (privada) de las personas. Vamos, no ir a la fiesta en la que no estás invitado.

Pero en otros casos, como ser testigo de un accidente de tránsito en la que mueren personas o salen lesionadas. ¿Qué hacemos? Aceleramos y pasamos de largo por que «ese no es mi problema» o nos detenemos para ayudar en lo que se pueda. No hablo de ir a la Corte por que una vez citado es obligatorio ir, así que está fuera de tu voluntad hacerlo o no.

Todos los días enfrentamos esos dilemas: ¿intervengo o paso de largo?

En mi opinión, debemos vivir la vida como si se tratara de los otros; de los cuales somos responsables. Responsables por uno mismo; responsables por los otros que se puedan ver afectados por nuestras actuaciones o por nuestras omisiones.

Homero.

ESTABA ESCRITO. PARTE IV (FINAL)

Don Diego se levantó de la cama con cierta dificultad y dijo: 

“Voy a bañarme amor ¿me quieres acompañar? 

Slilma, solo pujó y volvió a estirarse a lo largo de la cama.

En el baño se oyó abrir la regadera; Don Diego canturreaba una canción, pero apenas podía escucharse.

En el patio de abajo, los perros se tenían una samotana de los mil demonios. 

Slima bostezó un poco y se levantó a arreglar la ropa de su amado; y en eso, se deslizó una carta de la bolsa interior izquierda del abrigo de Don Diego. 

Slilma la tomó entre sus manos y la abrió; no quería leerla pero lo hizo, estaba dirigida a Margarita de Gómez, la esposa de Don Diego… 

Luego de leerla se detuvo en la parte final de la misma:

«Se es árbol no por fuste ni copa; por sus raíces será

Por que te quiero te dejo; por que la quiero me alejo.

Amor ¿Adonde iremos a parar? 
Con este amor prestado; arenas por mar. 

«Dios mío, qué solo se quedan los muertos…»

y los vivos también, mi querida Marga…»

Slilma cerró la carta; la tuvo en sus manos un rato, chinchineándola, como si la quemara y la volvió a meter en su lugar.

Se puso la ropa y cerró la puerta; marchó por el pasillo oscuro, lleno de leyendas en sus sucias paredes; bajó las escaleras y le dijo al dependiente:

“Por favor, dígale a Don Diego que se abrigue bien, que lo espero en casa” 

Y allí estaba en el umbral de la puerta; la misteriosa mujer de la taberna y al salir le dijo susurrando: 

“Estaba escrito, serán gemelos; almas huérfanas gemelas.” 

Homero.

ESTABA ESCRITO. PARTE III

Slilma se dirigió al baño para tomar una ducha; caminó despacio, casi en puntillas por la habitación.

Sus pezones pequeños puntiagudos hirieron el chorro del grifo cuando cayó sobre su cuerpo caliente y sudoroso.

Tenía piernas delgadas y nalgas firmes; vientre plano y escaso vello púbico; sus piececitos apenas se miraban al estar cubiertos de espuma de jabón.

Era una diosa morena caribeña.

¿Vienes Diego? _ No amor. No puedo ni levantarme; me has dejado sin fuerzas.

Ella levantó su rostro y sonrió; cerró el grifo y con sus manos comenzó a escurrir el agua de su cuerpo…

¿Puedes pasarme la toalla?

“Aquí la tienes amor” __ le susurró Don Diego casi al oído.

¡Amor, me asustaste! _ protestó Slilma con cierto desenfado_ Ahora tienes que secarme y le extendió la toalla…

Allí estaba ella; desnuda y titiritando de frío frente al hombre que amaba; sobre su cuerpo se proyectaba un haz de luz que se filtraba por una de las hendijas del baño; formando un hermoso contrate con el resto de la habitación en ligera penumbras.

Don Diego tomó la toalla y comenzó despacio a secarla; era como si fuese a moldearla; primero el pelo, después la espalda; tomó sus pequeños pechos y jugó un poco con sus pezones de mujer que nunca ha amamantado; frotó rápidamente sus nalgas, dándoles varias palmaditas; bajó por cada una de sus piernas hasta llegar a sus pies y sin apartarle la vista fue aprisionando con la toalla cada uno de sus dedos…

“Lo haces como lo hacía mi padre cuando era niña…” _ Slilma cerró los ojos, apenas podía hablar, jadeaba ligeramente; una lágrima asomó en sus ojos hermosos color de miel.

“Pero no lo soy, aunque lo parezca” _ le contestó cariñosamente Don Diego; enjugándole las lágrimas con su dedo índice.

Slilma agarró nuevamente la toalla, se envolvió en ella y se tiró a la cama boca arriba, miró de reojo hacia la ventana y dijo:

“Ya tenemos 5 años de estar juntos amor y a veces pienso cuanto más debemos esperar…”

Don Diego, no dijo nada, se quedó callado viéndola a través de sus anteojos bifocales.

“Yo te amo Diego; no me importa que seas un hombre mayor, ni que tengas hijos, incluso mayores que yo, pero me siento sola; casi no nos vemos, pero no soportaría dejar de verte; y sí, a veces me molesta que estemos siempre escondiéndonos…”

Don Diego tomó sus anteojos con una mano y le respondió:

“ya se que te molesta amor pero no tenemos opción, al menos no de momento. A no ser que ya no quieras seguir conmigo y te busques a otro hombre con quien te puedas pasear libremente por todas las calles. a mi me molesta que te molestes por que esa es la situación que tenemos; lo siento Slil…”

Slilma comenzó a sollozar en silencio:

“No quiero pelear contigo Diego, te amo con todo mi corazón pero no quiero seguir escondiéndome toda la vida; solo te pido que me comprendas sin que te enojes conmigo…”

Don Diego le acarició el pelo y la quedó viendo a los ojos:

“Te comprendo amor, pero quiero que me aceptes en mi realidad. Siempre te he dicho que yo no soy el hombre que buscas; nada vale lo que haga por vos, por que no soy un hombre libre, siempre me lo echaras en cara…”

Ella solo lo miraba; él tomó una de sus manos y de dijo:

“Yo ya no hago planes Slilma; solo le doy gracias a Dios que me dio un día más de existencia sana. Yo no quiero robarte tu vida; tu juventud; yo ya estoy en lo que estoy, pero te cruzaste en mi camino, cuando ya no queda mucho que andar. A veces siento que moriré igual como murió tu padre; de cáncer, lleno de dolores y sufrimientos…”

Slilma rompió a llorar:

“yo te amo con todo mi corazón ¿para qué quiero otro hombre? Tu esposa, la madre de tus hijos algún día se dará cuenta de nuestra relación. La que pagará todo seré yo, por que siempre seré la mala, la zorra, la querida, la amante; sin que nadie tome en cuenta mis sentimientos. Pero ¿sabes amor? ¡No me importa! Ya no puedo salirme de esto, por que el único pecado que he cometido es amarte como te amo, aunque mas tarde pague muy caro por ello…”

Don Diego no pudo contener una lágrima y la abrazó fuerte:

“A mí no me das ningún problema Slil; yo soy el problema; para mí tu eres mi sol en medio de la oscuridad, si te llegara a pasar algo, me moriría de tristeza…”

Así permanecieron abrazados por largo tiempo; callados; como se estuvieran sentados viendo el atardecer al borde de un abismo.

(Esta historia continuará)

Homero.